lunes, 20 de junio de 2016

Un lugar humano para trabajar


La mayoría de los estilos de dirección, hasta ahora conocidos, han estado marcados por la cultura de lo irrelevante, del vacío, de la presión que, en definitiva, crea soledad y aislamiento; una situación que se contrapone con el carácter social que distingue a las personas. 

Aristóteles definía al ser humano como un animal racional y social, estableciendo que la esencia de la naturaleza humana está en su racionalidad y en su sociabilidad. Entonces, ¿qué pasa en las empresas?, ¿por qué actuamos como si no necesitáramos a los demás?, ¿ahí el hombre deja de ser hombre? 

Vivir en sociedad no es estar ¿junto a?, sino ¿interactuar con?, pero en un entorno sano, con todo lo que implica: respeto, confianza, comunicación e integridad. 

Lo que sucede es que, tradicionalmente y en determinados tipos de empresa, el miedo a proyectar ante los demás una imagen demasiado débil ha interpuesto una barrera que hace que la comunicación rebote, eclipsando sus bondades y ventajas. 

Si usted se acerca a una librería, a la sección de libros de empresa o economía, fíjese en la cantidad de obras que unen la palabra ética con empresa. Todos son voces que se alzan en defensa de una visión ética y humanística aplicada a la gestión empresarial y que ponen de manifiesto que ha llegado el tiempo de participar activamente en el necesario cambio que se debe dar en el estilo de dirección y que se viene reclamando desde distintas esferas. 

Durante la lectura del libro Valores humanos en la empresa escrito por Ken O´Donnell, un consultor con más de 35 años de experiencia en el mundo organizacional, me encontré con una reflexión del autor, que me hizo detenerme y pensar. El comentario decía: "si no mejoramos las cosas que podemos mover, jamás conseguiremos mejorar lo que no tocamos". Este pensamiento, aplicable a cualquier ámbito de la vida, es una plataforma para la acción, para la movilización, para tomar las riendas del caballo que nos ha tocado montar. 
 
¿Por qué sufrir mientras llega lo que ansiamos?, ¿por qué no mejorar lo que sea posible ahora y con los recursos que contamos? Estas dos preguntas abren la puerta hacia una nueva forma de entender el mundo. Siguiendo los caminos tradicionales, nos convertimos en víctimas de lo que nos rodea, si aplicamos las directrices de estas preguntas nos catapultamos hacia una vida mejor y más positiva, de la que seremos protagonistas activos y no espectadores pasivos. 

Pero la realidad empresarial es a veces fría y nos conduce por los caminos de las emociones negras: tristeza, depresión, ansiedad, baja autoestima,... que provocan el hundimiento del ser humano que somos. No podemos permitir esto. Tenemos que cambiar lo que tocamos y romper la telaraña de la esfera del miedo, que se torna, en muchos casos, en acomodamiento. 

Desde la mirada del empresario o del directivo, hay que predicar con el ejemplo y poner en práctica el componente humano en las organizaciones, pasándolo de los discursos, papeles y frases hechas a la política real. 

Desde el punto de vista del trabajador, hay que incorporar los valores y virtudes necesarias para que lo que nos rodee sea cada vez mejor. Tenemos más poder de cambio del que nos imaginamos

Si esta rueda, que mueve las relaciones humanas y la sostenibilidad continua, está adecuadamente enganchada al corazón del negocio, bombeará sangre a todos los rincones de la corporación. 

¿Cómo pasar de la retórica a los hechos? 
El mejor jefe que he conocido nunca era el propietario de una empresa textil que todas las mañanas se paseaba por la fábrica y sonreía. A veces, se paraba a conversar con alguno de nosotros y nos preguntaba acerca de asuntos que pensábamos que desconocía. Eso nos reconfortaba, hacía que nos sintiéramos arropados y elevaba el respeto que nos transmitía. Luego llegó el hijo y, a pesar de todos sus estudios, no hablaba con nosotros, ni siquiera saludaba, y todo se hizo más oscuro e impersonal. Jamás llegó a pisar el suelo de la fábrica y pasamos de ser personas a ser recursos. 

Entre estos dos escenarios planteados hay una diferencia de base crucial: el ambiente de confortabilidad generado por dos personas que, a pesar de compartir la raíz del cariño por un negocio propio, perciben su relación con los trabajadores desde puntos de vista opuestos. Mientras uno considera que el colchón emocional puede armonizar el trabajo y fomentar el espíritu de pertenencia corporativo, el otro ni siquiera cae en la cuenta de que su actitud repercute en el bienestar empresarial y puede favorecer o no la retención del talento. 

¿Conoce a sus trabajadores?, ¿sabe qué necesidades, intereses y expectativas mueven sus decisiones?, ¿qué espera de ellos?, ¿se lo ha comunicado?... ¿Y a qué espera para obtener esta información? 

Recupere la sensibilidad, una pieza fundamental en cualquier trabajo, en cualquier posición, que nos coloca en el centro de la dimensión humana y que es el ingrediente principal para lograr ese deseado clima en el que el trabajo sea visto como una función amable y no un campo de minas, en el que hay que saber pisar para que no estalle una. 

Robert Capa, quizá el más importante fotógrafo de guerra de la historia, solía emplear esta máxima: “si tus fotos no son buenas, no te has acercado lo suficiente”. Pues bien, si las relaciones con sus colaboradores fallan, piense si se ha molestado lo suficiente en escuchar lo que hay detrás de cada persona y en poner un poco de alma en su gestión.

Por un lugar humano dónde trabajar. Ponte en Marcha!

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