martes, 14 de marzo de 2017

Gestión de la atención y la conciencia


Déjenme empezar muy desde el principio (o, según se mire, muy desde el final). Si alguna vez, al final de nuestros días, escribiéramos nuestras memorias, quizá veríamos que la vida era lo que nos había estado pasando mientras nuestros pensamientos o sentimientos apuntaban a otro sitio; pero el hecho es que en cada momento somos todo lo felices y eficaces que nuestros pensamientos y sentimientos nos permiten. 

Lo que tenemos en la conciencia, su armonía o entropía, es lo que marca nuestro bienestar o malestar; pero lo que en ella tenemos depende de adónde dirijamos nuestra atención. Así las cosas, parece que si gobernamos la atención, tenemos buena parte de la batalla ganada, en lo que a eficacia y calidad de vida se refiere. Los expertos sabrán disculpar la simplificación fenomenológica. 

Antes del desarrollo de nuestra conciencia reflexiva, el ser humano, como los demás seres, gozaba de una cierta tranquilidad, “sólo” perturbada por el peligro, el dolor, el hambre y el deseo sexual. Hay que decir que nuestro desarrollo cerebral dió paso, quizá hace “apenas” varios miles de años, a las formas de entropía psíquica que hoy nos causan tanta desazón: la frustración, la culpa, la soledad, la adversidad, la desconfianza, la envidia, la indignación, las opciones, la vergüenza, el odio... e incluso el amor. Esta evolución de la conciencia dió también lugar a los roles y a las especializaciones, al desarrollo de habilidades y, en definitiva, a la complejidad del ser humano. Podría pensarse que la misma —la complejidad— dificulta el logro de la felicidad, pero también ha generado recursos para propiciarla y, en cualquier caso, no hay regresión posible. Además, caramba, da más juego el ser complejos que el ser simples. 

Hay, por tanto, que encontrar el medio de mitigar o neutralizar la entropía psíquica. Parece que la forma de poner orden —es decir, de crear armonía y abrir espacios en la conciencia— pasa por establecer un fin, una gran meta, un afán, un sentido, una dirección.

Los psicólogos hablan del “afán propio”, o del “tema vital”, para referirse a lo que una persona desea hacer por encima de todo, y a los medios que para ello emplea. En la literatura del management se habla de designio particular, de propósito o deseo. Las personas que poseen un afán de esta naturaleza pueden dar significado a todo lo que les sucede: será positivo si les acerca a su meta, o negativo si les aleja; para las personas que carecen de un afán definido, resulta más difícil interpretar los sucesos. Dicho de otro modo: “Cuando la energía psíquica de una persona se pone al servicio de su tema vital, la conciencia logra armonía”. Así lo dice el prestigioso profesor Mihaly Csikszentmihalyi: no se pierdan Flow, o, en su caso, reléanlo. 
 
Hemos visto que la presencia de un propósito, tiende a reducir el desorden de la conciencia porque orienta los esfuerzos; así es, en efecto, salvo que el tema vital elegido (o, en alguna medida, inducido) genere constante frustración. Sería mejor hablar de temas vitales negentrópicos, es decir, de metas alcanzables y saludables. Por ahí parece caminar la vocación religiosa, pero también cabe hablar de la vocación profesional, social o política. A la negentropía conviene, en suma, el acceder a una actividad profesional que desarrollemos con cierta estimulante autoestima, y no sólo pensando en ganar dinero. A medida que pensáramos sobre todo en esto último, no sólo peligraría, en su caso, nuestra integridad, sino que retrocederíamos en nuestro desarrollo. 

Nos lo dice Robert K. Cooper: “El designio es la brújula interior de nuestra vida y nuestro trabajo”. Si nuestro propósito en la vida sintoniza, o convive en armonía, con los objetivos y estrategias de nuestra empresa, estamos más cerca de la eficacia y la satisfacción perseguidas. Para los emprendedores, el propósito es fundamental, y, si no lo tienen muy definido, deberían adoptar uno que entronque en la visión o misión de la empresa a que contribuyen. Ya saben lo del médico: según lo mire, su misión es recetar, o, más eficaz y enriquecedoramente, contribuir a la calidad de vida (cosa de la que son conscientes todos, y con la que son consecuentes la mayoría). 

Tener un propósito en la vida, o concretamente en la vida profesional, no impide atender a otros fines; por el contrario, el orden que en la conciencia generan las intenciones, abre espacios disponibles y nos hace más receptivos. Pero también es verdad que las intenciones nos hacen más selectivos: no nos perdemos en cosas inútiles o contrarias a nuestros objetivos. Resulta muy fácil distinguir cuándo una persona está orientada y sabe adónde se dirige, y esta decisión resulta inexcusable en directivos. Ya se ve que, aun recurriendo a la fenomenología, todo esto es complicado, y atrevida su simplificación; pero, sin duda, un afán personal-profesional nos hace distintos. 
 
Hablemos más de la atención. Hay personas que concentran su atención, y hay otras que la dispersan; quizá estas últimas carecen de grandes intenciones, de un designio, de un propósito... También puede decirse que unas personas tienen tendencia a fijar su atención en las cosas positivas y otras en las negativas; que unas personas atienden a detalles o matices que resultan inapreciables para otras; que unas personas distinguen mejor entre lo importante y lo superfluo. Recordemos siempre que la atención, especie de energía psíquica, es un recurso limitado, y que, en la práctica, también lo es por consiguiente la conciencia, a la que aquélla da paso. O sea que... conviene utilizar bien la atención. 

Como la atención determina lo que aparece en nuestra conciencia —y así, los optimistas son más felices que los pesimistas—, cabe pensar que la satisfacción en el trabajo (hablamos de condiciones normales) depende también, en alguna medida, de la propia persona y, concretamente, de cómo maneja su atención y ordena su conciencia... 

Ten próposito, se consciente, presta atención y Ponte en Marcha!

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