lunes, 3 de agosto de 2015

El miedo de los directivos y la cólera de Dios.

D.T. se sintió por enésima vez insatisfecho del trabajo de sus colaboradores y así se lo hizo saber, traicionando de nuevo la promesa que tantas veces se había hecho de no permitirse perder el control y dejar que se desbordase su agresividad. 

“Sois un desastre. No valéis para nada. En cuanto se os pide algo... os ahogáis. Mira que me esfuerzo en deciros lo que quiero... Pongo todo el empeño en dejar claro cada punto para que no haya errores... Os lo doy mascado... Pues ni aun así... Chapuza tras chapuza y vuelta a empezar...,” vociferaba histérico en medio del silencio sepulcral que presidía la inmensa sala de reuniones de la Corporación y en la que se encontraban reunidos los ocho Directores y Jefes de Área del equipo de D.T.

Los presentes avergonzados (tal vez más que con su propio miedo con el bochorno ajeno que les producía el tono de su jefe) mantenían la cabeza algo inclinada y la mirada perdida hacia un punto indeterminado. No era la primera vez que ocurría esto, ni, con toda seguridad, seria la ultima visto que el problema claramente no tenía solución. D.T. era así y así seguiría siendo mientras no le hicieran cambiar, lo cual resultaba bastante menos probable que la opción de marcharse uno mismo de la compañía o buscar el traslado a otra División... Ya lo habían hecho tantos y parecía la única manera de escapar de aquel personaje que hicieras lo que hicieras te amargaba la existencia. Porque, en efecto, en esto residía la paradoja: nunca se podían satisfacer plenamente las instrucciones de D.T. ... Si procurabas atenerte fidedignamente a sus directrices... MALO... le parecía insuficiente y poco creativo... Si te atrevías a aportar a las orientaciones algunas ideas e iniciativas propias... MALO... porque “no habías entendido nada de lo que te había pedido y te habías ido por los cerros de Úbeda”. 

¿Solución? Procurar pasar desapercibido; hacer piña con los compañeros de fatigas y cuando te caiga una instrucción, asumir el marrón, procurar adaptarse al máximo a los deseos de D.T. y prepararte para el chaparrón llegado el momento. “Pobre tipo,” pensaban todos... “Por mas que tenga un puesto tan elevado en la organización... no es Dios, por mucho que el antipático infeliz así se lo crea”. 
Curiosamente D.T. veía las cosas de manera radicalmente distinta... Y así se lo contaba quejicoso a su D.G., desoyendo los consejos y sugerencias que este, aunque hacia tiempo que había tirado la toalla, le seguía intentando transmitir. 

“Esta gente”, decía desahogándose D.T., “me tienen harto... Ya no son como antes... Como éramos nosotros... Les digas lo que les digas, hacen las cosas sin ganas... No son creativos... No aportan... Parecen máquinas... Mira que procuro darles todo claro y mascado para que les resulte sencillo... Pues, ni por esas... Intentas apoyarles, enseñarles... darles ánimo... Es igual... Van a lo suyo... Y en el fondo la empresa, los objetivos, sus responsabilidad les importan bien poco... Y es que por más paciencia que me impongo... acabas harto y quemado... Y encima vienen esos de formación y te dicen que más delegación y todas esas pamplinas... Pues es lo que faltaba”. 

Y a partir de aquí D.T. se extendía exhaustivamente contando la de veces que los temas tenían que ir y venir, y el esfuerzo improbó de supervisión y correcciones continuas que se veía obligado a efectuar, hasta conseguir que quedaran mínimamente correctos y en condiciones de ser puestos en marcha... El D.G. aguantaba resignado el relato, confiando pasaran rápido los 30 minutos de desahogo semanal que le tenia asignado... Hiciera lo que hiciera, estaba convencido de que nada cambiaria del estilo directivo de D.T., por lo demás un profesional conocedor, experto y abnegado. 
 
Lo que nadie sabía, salvo su mujer, ni podían imaginar era el secreto que D.T. le había confiado a esta hacia un par de meses, aunque todavía no se sintiese capaz de afrontarlo... “Tengo miedo de estas nuevas generaciones... cada vez tienen mejor formación... Tengo miedo de llegar a resultar prescindible... Tengo miedo de que puedan actuar sin recurrir a mi...” 

“¿Cómo crees que podrías afrontar ese miedo? ¿Cómo imaginas serian tus relaciones con tus equipos si ya lo hubieras superado?”... Estas y otras preguntas constituían las únicas herramientas de trabajo que ponían sobre la mesa su mujer/coach ... 

Pero para D.T. aun no había llagado el momento de tomar conciencia y responsabilidad sobre su problema... En consecuencia, mañana volvería a intentar taparlo poniendo a caldo a los directivos de las Áreas 5 y 6. 

No seas un Directivo Temeroso, y Ponte en Marcha!

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