Imaginemos que un jefe selecciona a un equipo buscando en cada uno competencias que mejoren las suyas.
Imaginemos que ese jefe parte de la convicción de que cuanto “más persona seas”, y en consecuencia menos personaje, “más persona recibirás de los otros” y que, por ende, solo las personas (desprovistas de patéticos personajes) serán capaces de comunicarse intelectual y emocionalmente.
Imaginemos que jefe y las personas a su alrededor deciden construir un equipo en torno a valores como profesionalidad, respeto, admiración, estímulo y denuncia de hipócritas y corruptos.
Imaginemos que ese equipo admite dentro de su esfera de funcionamiento principios como “Siempre decir lo que se piensa”; “Nunca sentir miedo dentro del grupo”; “Aceptar que además de compañeros son compañeros que pueden divertirse cuando están juntos”; “Meter la pata está permitido y es legítimo siempre que el responsable pague la multa de unas cañas para todos los demás” y “Siempre se puede hacer mejor y resultar más novedoso”, etc.
Imaginemos que en ese equipo se prohíben discriminaciones por razón de edad, sexo, inclinaciones sexuales, clase, religión o estado.
Imaginemos que cada miembro del equipo siente admiración por los compañeros que complementan su trabajo.
Imaginemos que el equipo atribuye a su función una misión de infundir ética y estética al contenido de su labor, desde una obsesión por la innovación y la creatividad creciente.
Imaginemos que el equipo resuelve los conflictos, sin la necesidad de órdenes jerárquicas, mediante modelos de opinión libre, votación, libre asamblea y, a ser posible, unanimidad.
Imaginemos que el equipo tiene por voluntarios y deseados hábitos tomar unos cafés todos juntos al principio de la mañana y compartir una copa al final de la jornada.
Imaginemos que los equipos aceptan sus naturales diferencias, gustos y preferencias y hacen de trabajar juntos el único hobby compartido.
Imaginemos que cada miembro del equipo se cree profesionalmente muy bueno y valora la categoría de los demás que le sirven de reflejo, y que unos a otros se estimulan, motivan e incitan a la superación.
Imaginemos que el jefe de este equipo es quien aliente este estilo y ambiente. No le preocupa que alguno de sus “subordinados” pueda quitarle el puesto. Sabe que será así y que además podrán ser varios los candidatos: a él le interesa más su propio progreso personal y profesional y de quienes le rodean y acompañan, sin necesidad de bloquear a nadie.
Imaginemos que este equipo subordina toda vanagloria a la ceremonia anterior de la autocrítica y la fijación de metas superadoras.
Imaginemos que todo esto no es un sueño sino la realidad con la que cotidianamente se maneja un grupo de personas. Porque así puede ser y así lo he conocido yo.
Aceptemos entonces que se puede ser infinitamente feliz trabajando y sentir, día a día, cómo desde los poros del ser emana la satisfacción de sentirse social y profesionalmente satisfecho y realizado. Porque así puede ser.
¿No lo crees? Pónlo en práctica. Se tú el incitador y no el obstáculo; verás que ocurre. Después cambiarás radicalmente de opinión.
Aceptemos entonces que se puede ser infinitamente feliz trabajando y sentir, día a día, cómo desde los poros del ser emana la satisfacción de sentirse social y profesionalmente satisfecho y realizado. Porque así puede ser.
¿No lo crees? Pónlo en práctica. Se tú el incitador y no el obstáculo; verás que ocurre. Después cambiarás radicalmente de opinión.
No lo imagines y Ponte en Marcha!
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